viernes, agosto 20, 2004

- Oye huevona, ¿te haz fijado en el tamaño de esa cosa?


otra de mi novela, el fragmento q puse ya no me gusta... Voy a volver a empezar... vamos a ver pues...

aquí va
pd.- esto lo escribí antes del fragmento anterior, bueno, un mes antes (o algo x el estilo) son dos fragmentos de un capítulo, espero q alguien lo lea... el personaje esta vez se llama Michael, y bueno... porciacaso, ya lo tengo inscrito en INDECOPI, así q ya saben...
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1.
- Oye huevona, ¿te haz fijado en el tamaño de esa cosa?
Melisa torció un gesto y se llevó una mano a la boca. Había acabado de comer y el humor negro de su prima Aída no combinaba bien con el lomo saltado que habían digerido en la mesa. Yo estaba a un costado y miraba la escena conmovido...
Pero no exactamente conmovido.
- Es enorme ¿no crees? -le dijo Aída a Melisa, mi enamorada.
Todos estaban en la sala, bebiendo vino tinto. Menos nosotros.
Aída soltó una carcajada:
- Ji, ji, ji, ji...
No le había visto la gracia. Melisa tampoco. Solo se dignó a tomarme de la mano y mirar al viejo sabueso de catorce años, al que Aída fastidiaba constantemente tocándole los testículos y jugando con ellos.
No me parecía agradable.
La casa quedaba en la Planicie. Habían un sol condenado, y Melisa vestía un polo a rayas y un jeans azul ajustado.
- ¿En qué soñará un perro? -Aún no nos íbamos de aquella reunión tan pesada, cuando Aída (con ojos negros, ojeras pronunciadas, pinta de golfa) nos miraba consternada y absolutamente desvinculada con la realidad, cualquiera que fuese.
- No lo sé, Aída, ¿por qué preguntas?
La piscina en la casa de la planicie se veía destellante, explotaba. Caía la noche.
Los tres mirábamos al perro.
- ¿En qué soñará un perro, Michael?
- Pucha... no sé.
En eso el perro se estremece, y se pone a ladrar.
- ¡Guau, guau!
- Así que no estaba dormido -suspiró Aída.
- No pues.
- ¡Qué fastidio! ¿Y ahora?
- ¿Ahora qué?
Aída estaba muy rara.
- No sé, quería verlo soñar al maldito perro.
- ¿Verlo soñar?
- Sí. Tú sabes, Michael, cuando se ponen a ladrar y a gemir, cuando duermen, es porque están soñando.
- En serio.
- Es verdad.
Aída estaba todavía en bikini, llevaba un pareo. Hacía frío, recién empezaba el verano.
- ¿Por qué tanta fijación en los sueños de tu perro?
Melisa nos dejó a solas, luego Aída se me acercó un poco más:
- Ninguna fijación con mi perro.
Aída tenía el pelo igual de rubio que yo, me tomó de la espalda, y susurró:
- ¿Soñará que corre, que come, babea... que hace... cosas de perros?
Los dos volteamos y nos miramos el uno al otro sin ganas. Luego pasamos a la sala, donde el papá de Melisa discutía con el papá de Aída sobre el problema del agua en el mundo:
- El planeta se está quedando sin agua, nos la van a vender embotellada.
- Perú tiene suficiente agua... al menos, para un millón de seres humanos.
- ¿Qué te hace pensar eso?
- No lo sé... ¿el río Amazonas?
- Puede ser... puede ser...
- ¿Y el calentamiento global?... El polo sur está derritiéndose...
- No, pero ME PARECE que la parte con más agua del Amazonas está en Brasil ¿no es verdad? -opinó la mamá de Aída, que era la más delgada y la de mayor postura de toda la concurrencia.
- No pues, pero ¿de dónde viene toda esa agua? -replicó el papá de Melisa- del río Marañón... y ¿dónde es que comienza el Marañón?
- ¿En el Huascarán?
El hermano de Aída, Carlos, entró a la sala con lo que parecía ser un cigarro de marihuana muy grande. De inmediato le pregunté:
- ¿Es tabaco, verdad?
Carlos se reía como un poseso.
- Ja, ja... más o menos -me dijo.
Me negué a darle una calada, pero Melisa le dio y luego dijo que no entendía por qué la gente fumaba tabaco si era tan feo. Agarró el cigarrillo como si fuera droga y Carlos lanzó un chillido de alegría. Luego fue donde su tía, la mamá de Melisa, y agarró el cigarro, también como si fuera droga (parecía difícil fumar de otra manera), y luego le dio una calada con sus dos dedos como si fuera hierva, y después se lo devolvió y lo dejó a un lado.
Carlos dijo:
- ¡Ja, ja! -Y después le dio una pitada.
Luego Melisa dijo:
- ¿Y si el Huascarán se derrite?
Alguien respondió:
- No sé, ¿desaparece Yungay?
Melisa empezó a sentirse un poco mareada, y luego de un par de minutos, en el baño, se dio cuenta que lo que traía Carlos estaba mezclado con algo dudoso. De inmediato fui donde él y le pregunté:
- Oye ¿cómo estáis?... ¿Eso de ahí... es hierva?
- Sí, una hierbita mágica -me dijo.
Luego se paró frente a su papá y al papá se Melisa, y les dijo que fumaran, que era tabaco de vainilla o tabaco colombiano o no sé qué huevada, y ellos le dieron unas pitadas, a lo que Carlos gritó:
- ¡Ja, ja, ja, ja! -conchudo.
Y al final de la reunión todos estaban riéndose y hablando como si estuvieran volados.

4.
Nos conocimos una mañana fría de invierno, en uno de los parques de la Molina donde vivía ese año, hace un par de veranos. Ella estaba sentada en una banca paseando a su perro, que traía un bozal en la boca. Era un boxer aguerrido que había mordido algunos traseros de algunos niños ese año.
- Hola -le dije apenas la vi, sentada, sin pensar en nada, cerca de las siete de la mañana, leyendo un libro de Vicente Huidobro.
Pero Susana no me hizo mucho caso, porque al fin y al cabo yo no era de su tipo. Eso me lo dijo algunos días después, cuando me introdujo en su cama.
Yo tenía 18 y ella 24.
- No suelo hablar con mucha gente. Esta es una zona deshonesta. -Me dijo aquella mañana, cuando la conocí.
Yo fumaba cigarrillos y ella estaba vestida con una bufanda, un poncho, guantes hasta para los pies y la cabeza. El perro llevaba un abrigo de camuflaje y un par de ojos soñadores.
- Tu perro tiene una papada a lo Neruda -le comenté.
Y ella rió.
Y yo también reí.
- ¿Como es que se llama?
- Mr. Chic.
- Vaya.
Le invité un par de cigarrillos que prendería con mi zippo, pero que ella rechazó rotundamente.
Luego agaché un poco la cabeza, buscando agudas proposiciones flotando en el ambiente. Era el recuerdo inviolable de los demás años, que se cernían sobre mi cabeza, lúcidos y aterradores. Cuando reaccioné y me di cuenta. Susana era regordeta, simpática, mustia, y podía ser caramelo, helado, ensueño...
Nunca la vi en verano.
Las dos veces que estuvimos en su cama, fue huyendo. Nos escapábamos. Yo del colegio, ella de sus padres. Quería ser pintora. Eso me lo dijo otra mañana.
- Yo quiero ser abogado -agregué un día en que tomábamos desayuno en su casa. No habíamos dormido juntos, sino que, durante algún tiempo, solo nos vimos por las mañanas. Yo solía a fumar, ir con mi mochila, y mi portafolio. Era ir a su casa en lugar de ir a clases. A mediados de año, solo faltaba poco. Era quinto de secundaria.
Sabía que Susana iba a estar atenta a mi regreso, inmóvil, inviolable, sujetando a Mr. Chic con su correa, y una vez que aparecí nunca más volvió a hacerme falta para nada.
- Esa cosa es mala honda -agregué, refiriéndome al bozal.
- Sí es verdad.
- ¿Y por qué se lo pones?
- ¿Es que no lo sabes?
- No.
Susana de dignó a sonreírme y a compartir bromas y anécdotas. Me llevaba a su casa. Me servía mate. Tenía ascendencia uruguaya, Susana. Así que se metía mate con esos aparatitos hasta por las orejas.
- Un perro como estos se comió una familia entera en Villa el Salvador. -Dijo Susana. Y después de eso lanzó una larga carcajada sin cuerpo que se expandió muchas veces por todo el espacio sideral...
No me cansaba. Una semana ni siquiera me asomé a clases. Llamaron a mis papás y la cosa se complicó un poco. El lunes por la mañana fui con ellos al colegio y ese mismo día conocí a Melisa. Estaba en Tercero de secundaria, era un año menor que yo. Se me acercó mientras el director me hacía esperar en el patio.
Ella venía del baño. Me dijo:
- Hola.
Y yo solo pensaba en Susana. En ella y en sus cuadros, en su expresión narcótica los jueves después de pintar, y después de descansar tendidos en su cama de dos plazas. En su expresión deprimida, de sentirse insuficiente con todo.
¿Qué pasó con Susana?
¿Dónde está?
- Dale una pitada, vamos, dale solo una. -Susana tenía su habitación bien decorada. Decía que era su “habitad” lo que no tenía nada ver con nosotros dos. Y lo que más logro recordar de esa mañana, no era el color blanco de las paredes, ni el cielo, también blanco, que nos enseñaba la ventana, grande, enorme, en una de las paredes de su habitación. Tampoco era la luz, ni la mañana, ni la forma en que esa misma luz se metía por mi cabeza. Tampoco era la alfombra, ni el espejo, justo enfrente mío, quién me devuelve desdeñosamente mi propia imagen, y la idea fija de mi cuerpo (mi pelo rubio, largo en esa época, ensortijado) y tampoco era la imagen de Susana. Pelo negro, piel blanca, emancipada, un cuerpo que había sido explorado ya por otras personas.
Después de hacer el amor por primera vez Susana se puso a fumar junto a su ventana. El olor a hierva seca llegó hasta donde estaba yo, maravillado e insatisfecho. Confundido, con el cuerpo y las mejillas rojas, irritado, húmedo, y con mi pene adolorido y avergonzado.
- Vamos, ven. Que quiero enseñarte algo.
La vez en que Susana, con aquel semblante augusto, terso y suave de su rostro, me ofreció marihuana después de haber hecho el amor. Yo me paré, desnudo, encima de la cama, y le pregunté:
- ¿Qué tal estuve?
- Estuviste bien, mi amor. -Susana era de las mujeres que escuchaban música algo como de Sabina, y luego renegaban porque les salía algo mal durante la semana y al final todo era porquería.
Esa mañana debía ser muy temprano, quizás cerca de las nueve de la mañana o un poco más. La luz que entraba a la habitación era por igual blanca. Había cierta neblina, esa mañana, había algo en cada palabra que decíamos, ella y yo, lo que lo hacía verse todo tan mal.
- Tienes que darle una pitada, mi amor. ¿No quieres hacerlo?
- Sí, está bien. ¿OK? Pero quiero saber... qué es lo que significa esto para ti.
- ¿Qué significa qué?
- Esto. -Le dije, indignado.
- ¿Esto? -Susana terció una mueca. Luego, hizo una seña muy uruguaya de desagrado e indicó con un dedo mi miembro viril, que más bien parecía un péndulo- Significa, cariño, que hemos tenido sexo. Y que tener sexo, es diversión. ¿Lo haz entendido? ¿Está más claro ahora?
Está bien, no podía ser más precisa. Eso afectó mis ánimos. Estaba tirando mi vida al agua por ella. Había dejado los estudios, los sueños, mi dinero lo gastaba en elegancias...
Susana le dio una pitada más a su cigarro de marihuana (que por cierto, nunca antes la había visto fumar nada de nada) y luego lo apagó cuando ya prácticamente se había consumido todo. Y solo entonces, por toda la casa de Susana, se extendió ese olor mustio, a hierva seca, hierva quemada, incienso, mirra, y no sé qué más. Y solo entonces me di cuenta que yo ya estaba perdido del todo y que Susana no.